Lo vi nacer. Por entonces yo tenía cinco años y con mi
madre y mi abuela fui a verlo, imponente y hermoso como siempre lo fue. Mis
recuerdos del hecho son escasos, pero no las impresiones. Entre ellas figuran
los autos más modernos que hubiera visto, los focos de los automóviles que
circulaban por la avenida y por sobre todas las cosas, el recuerdo inolvidable
de la “alfombra mágica” por la que me deslicé como si fuera por los aires,
viendo el paisaje desde las alturas.
Era enero de 1956 y el Cilindro Municipal recibía su
bautismo inaugurando la 1ra Exposición Nacional de la Producción. Era
presidente Luis Batlle Berres y Uruguay vivía el que fuera su último período de
esplendor en el siglo XX. Y yo era un niño.
Por entonces mi familia vivía en Jacinto Vera y para
permitir el acceso a la
Exposición, el 80, la línea de autobuses (de la extinta
compañía municipal AMDET) que cruzaba el barrio, extendió su recorrido hasta el
lugar, es decir, hasta la intersección de Dámaso Antonio Larrañaga (ex
Centenario) y José Pedro Varela. Por entonces la última de las avenidas
nombradas no estaba construida y el lugar era de difícil acceso desde el sur.
Volvía a reencontrarme con el Cilindro Municipal once
años después, luego de que mi padre, como regalo para mis 17 años, me compró un
abono para presencia el Mundial de Basket Ball que se jugó precisamente allí.
Años después, la vida me llevó a su vera como vecino,
escuché la explosión que demolió su techo en 2010 y pude asistir con lágrimas
en los ojos a la implosión que lo redujo a escombros. Miré a quienes aplaudían
(la mayoría de ellos de fuera del barrio) y recordé el tema “Como lo siento”,
de Osiris Rodríguez Castillo, en la parte en que dice: “No venga a tasarme el
campo, con ojos de forastero/su cinto no tiene plata, ni pa’ pagar mis
recuerdos”.
Si le doy sentido lógico a mi estado de ánimo no puedo
menos que entristecerme por esa dudosa explosión que lo dejó sin techo y por
ese cuerpo maltrecho que fue demolido el pasado lunes. Hubiera preferido que se
le reconstruyera respetando el plano original de Lucas Ríos, el arquitecto que
diseñó ese monumento. Un arquitecto que estaba cerca de mí, también emocionado
por la caída del Cilindro en medio de una nube de polvo, me miró y me dijo:
“Definitivamente, la ingeniería le ganó a la arquitectura”.
Sé que allí se construirá el ANTEL Arena, que la zona se
valorizará con el fastuoso edificio proyectado. Pero no todo es dinero en la
vida. Hay recuerdos, hay belleza, hay valores inmateriales que nos dan sentido
como pueblo. Y uno de los principales es la memoria.
Esto no es nuevo. Seguramente sentimientos similares
inspiraron a Víctor Soliño cuando asistió a la demolición de la Rambla Sur y compuso su
histórico tema “Adiós mi barrio”, llevado a la fama por la troupe “Los
Atenienses”, del legendario “Loro” Collazo. Una de sus estrofas dice: “ya no
hay risas, ni luz, ni alegría/y en las calles ruinosas, desiertas/sopla un
viento de desolación”. A casi un siglo de la demolición de aquél fantástico
conglomerado urbano, ocupa el lugar un cambalache informe de edificios
levantado sin orden, sin concierto y sin belleza, esa cualidad que nos alimenta
al alma.
Por lo demás, siento que en la masa de polvo que sucedió
a la implosión se esfumó parte de mi niñez, mis zapatos de charol, aquella
gorrita que la vieja me compró en Aliverti…En fin, tuve el honor de verlo nacer
y la tristeza de verlo partir. Hubiera querido que fuera de otra manera. Chau,
Cilindro querido.
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