Movilizar el protagonismo del joven.
Sin desconocer la incidencia de
otros factores que configuran la crisis interna del adolescente, se podría
decir que la elección vocacional y el ingreso al sistema laboral, constituyen –en
sociedades donde los cambios se producen a una velocidad e intensidad
extraordinarias, causas de profunda
preocupación y fuente de angustia. Más aún, si pensamos que nuestro sistema
educativo no ha encarado con éxito estrategias que acompañen el proceso del
joven en la búsqueda de su identidad profesional.
La adolescencia es una etapa de grandes, continuos y conclusivos cambios.
Constituye un difícil proceso en el que se transita de una niñez segura,
dependiente, relativamente estable, con soles claros y necesidades atendidas, a
un mundo adulto y en muchos sentidos desconocido para el joven.
ACEPTAR EL CRECIMIENTO
Es importante que los padres
tomen en cuenta que aceptar el crecimiento de los hijos significa tener que
aceptar la evolución de ellos mismos, su inexorable envejecimiento y una
multitud de pérdidas y frustraciones por aspiraciones no satisfechas, que a
veces tratan de colmar a través de sus hijos. En el terreno de la definición
vocacional esta situación puede llegar a tener una incidencia negativa, cuando
los padres pretenden que sus hijos hagan lo que ellos no pudieron hacer o que
hagan lo mismo que ellos hicieron, dificultando así la realización de la propia
identidad.
En este sentido el joven tropieza
muchas veces con una fortalecida resistencia por parte de los padres a reconocerlo
como un ser independiente, capaz de hacer opciones, ni mejores, ni peores, simplemente
distintas. Así, en la problemática vocacional de los adolescentes concurren tanto
factores intrapsíquicos como fuertes presiones familiares y sociales.
La orientación vocacional debería
ocupar en la institución educativa un lugar de gran importancia ya que vincula
el sistema educativo con el económico, las necesidades del alumno con su
porvenir. Una función importante de la institución educativa debería ser ayudar
al alumno a adquirir los conocimientos, los conceptos y las destrezas que le
permitan tomar las decisiones por sí mismo.
Coincidimos con Rita Perdomo
cuando señala que “aún aquel adolescente que pueda completar la formación
básica obligatoria, hoy, con quince años de edad, debe optar por un
bachillerato diversificado sin saber cuáles serán las opciones laborales en el
mundo cuando tenga 25 años. Deberá estar dispuesto a reprogramarse y reformarse
de por vida, deberá competir duramente para insertarse en el medio profesional
si culmina estudios superiores y, si no lo hace, tendrá menos posibilidades de
insertarse en el mercado laboral…Los jóvenes de hoy, además, se enfrentan a que
determinadas profesiones ofrecen aparentes posibilidades de ascenso social o
seguridad económica. Esto les generará expectativas o generará expectativas en
sus padres, que ejercerán una presión velada o abierta sobre ellos, forzándolos
a realizar los estudios aunque no tengan especiales aptitudes o inquietudes
para ello.”
Es claro entonces, que, en tanto
todo este proceso exige al joven desestructurar y reestructurar su mundo
interno, así como las relaciones con el mundo exterior que le plantea
exigencias a las que no está seguro de poder responder, la orientación vocacional adquiere un
protagonismo relevante ya que debe acompañar al chico en el planteo de sus
reflexiones acerca de su futuro para intentar la elaboración de un proyecto
personal que incluya una mayor conciencia de sí mismo y de la realidad
socioeconómica, cultural y laboral que le rodea.
Como se desprende de lo anterior,
elegir la vocación es para el adolescente algo más profundo que definir qué
hacer: es elegir quién ser. No es simplemente definir un trabajo o una
profesión, sino elegirse como ser humano, lo cual implica delimitar lo que no
se quiere ser; supone abandonar caminos potenciales o reales, abandonar
vínculos y formas de ser.
UN PLAN
Nos parece pertinente reflexionar
sobre los cuatro grandes objetivos que A.G. Watts (1988) sugiere para
instrumentar un plan de orientación vocacional en instituciones educativas.
Este autor plantea los siguientes objetivos: tomar conciencia de sí mismo,
tener conciencia de las distintas oportunidades, aprender a tomar decisiones y
prepararse para la transición.
El primero, tomar conciencia de
sí mismo, es responder a preguntas tales como: ¿Qué clase de persona soy?
¿Cuáles son mis capacidades, mis intereses, mis aptitudes, mi personalidad, mis
valores? No se trata sólo de qué persona soy, sino, sobre todo, de la clase de
persona que quiero ser. Es importante no “fijar” la identidad del alumno, sobre
todo si consideramos que las posibilidades que ha tenido de crear intereses y
talentos se han visto limitadas muchas veces por los ambientes restringidos en
los que le ha tocado vivir y actuar. Muchas veces los docentes se ven sorprendidos
ante el cambio que experimentan los alumnos al salir de la institución
educativa. Es importante reconocer que la persona es dinámica y es necesario
ayudar al alumno a comprender esa realidad. La elección implica entonces un
proceso de reflexión, de clarificación respecto de sí mismo y de las condiciones
sociales, laborales y educacionales que lo continentan, y en dicho proceso el
adolescente debe ser acompañado. Esto es sin duda parte de la orientación
vocacional.
El segundo objetivo es tener
conciencia de las distintas oportunidades. ¿Qué es el mundo del trabajo y cómo
se estructura? ¿Qué oportunidades brinda? ¿Qué exigencias imponen los distintos
tipos de trabajo y qué satisfacciones ofrecen? ¿Qué otras funciones existen en
la comunidad que permiten la realización de la persona? Es por supuesto tarea
de la educación vocacional no referirse únicamente a la actividad remunerada
sino también al papel que se ha de jugar en el hogar, al manejo del ocio, al
trabajo comunitario, etc.
El tercer objetivo es aprender a
tomar decisiones. Implica ayudar al alumno a relacionarse de modo inteligente
con el mundo de las oportunidades a las que tiene acce4so. Con ese fin se
investigan las distintas maneras de tomar una decisión y se aprende la forma de
generar alternativas, acopiar y procesar información y encontrar el justo
equilibrio entre la elección que se hace y la probabilidad de llevarla a buen
término.
El último objetivo es la preparación
para la transición. Después de tomar la decisión, ésta debe ser llevada a la práctica. Este objetivo
incluye cuestiones concretas e inmediatas tales como prepararse para las
entrevistas de selección y aprender a completar los formularios de solicitud de
empleo, pero refiere también a la forma de hacer frente a los períodos de
transición como comprender la diferencia entre la vida escolar y la laboral.
La orientación vocacional debe ayudar
al joven en el cambio y en el proceso de construcción de su identidad. Actúa desde lo preventivo
insertándose en los procesos de aprendizaje para inducir la exploración de la
personalidad. Contrariamente a la concepción privilegiada durante largo tiempo,
hoy no se entiende la vocación como un llamado misterioso, como algo que nace
espontáneamente, sino como algo que se hace, se construye subjetiva e
históricamente en interacción con otros, conforme a condiciones sociales,
familiares y personales.
En resumen, si la vocación no es
un llamado, ni la elección un acto puntual y repentino, elegir será el
resultado de un proceso en el que los conflictos y resoluciones de cada uno están
pautados por la singularidad de su historia (personal, familiar, afectiva),
estructura psíquica, situación socio-cultural y, quien elige, lo hace a partir
de un cierto grado de encuentro consigo mismo, reconociéndose distintos de todo
otro, con una identidad nunca definitivamente establecida. Por ello el eje de
la orientación vocacional pasa por el orientado y no por el orientador. Se
trata de movilizar el protagonismo del joven, hacer que se conozca y conozca la
realidad a fin de alcanzar decisiones autónomas y maduras.
Raquel Katskowicz es Magister en
Educación (Universidad Católica) y profesora del Instituto de Profesores
Artigas (IPA).
Tomado del suplemento “Padres,
madres e hijos”, El País, Año 3, Nº76, Setiembre de 2000.